El caballo menorquín no es un animal cualquiera, es una escultura en movimiento.
Su presencia en la isla no tiene fecha de inicio. Un cruce entre la raza mallorquina y catalana dio como resultado la perfección. Tiene un carácter obediente, comprensivo y paciente, cualidades que no excluyen una personalidad fuerte. Con un cuerpo afinado, esbelto y extremidades largas, su aspecto se impone sobre el resto de los equinos. Y él es plenamente consciente de ello.
Alzando el cuello, su caminar es espléndido, con aires de señorío. A cada paso, balancea la cola de un lado a otro, acariciando su pelaje de un negro azabache y brillante. Todo en él resulta atractivo y sobrio. Tanto es así que se ha convertido en uno de los emblemas de la isla, lo que ha despertado el interés de importantes criadores de caballos. Desde todas partes del mundo, entendidos en la materia asisten a las ferias que se celebran anualmente, con la intención de dar a conocer esta noble raza. Y es que su belleza es difícil de resistir.
Pero hay unos días al año en los que este animal tiene un protagonismo absoluto, son los días que se celebran “Ses Festes”. Durante tres días, el caballo se engalana como si fuera un auténtico príncipe. Cada población celebra sus propias festividades y cada una tiene su manera peculiar de adornarlo. Desde las Sant Joan en Ciutadella, que son las primeras, hasta las de Gràcia en Mahón, toda la isla se entrega a la adoración de este magnífico animal.
La ornamentación es toda una ceremonia. En la frente, el caballo luce la estrella o mirallet, y la superstición ha llevado a que todos, grandes y pequeños, deseen tocarlo, creyendo que les traerá suerte y fortuna. Sobre el lomo y detrás de la silla se encuentra la buldrafa, confeccionada en terciopelo negro y adornada con bordados de motivos florales, predominando los colores dorados y plateados. Siguiendo el contorno de la pieza, un cordón trenzado le da vistosidad. Además, están el pitral, la silla o montura, y otras piezas más, dependiendo siempre de la población en la que nos encontremos. Pero no cabe duda de que lo que más favorece al caballo son las flocadures. Los flecos están hechos de tela sedosa y coloreada que, a ambos lados de la cabeza y también cosidos en una bolsa para envolver la cola, terminan de embellecer al caballo. Una vez completado el adorno, nadie puede resistirse a fotografiarse a su lado.
Los caixers son igualmente importantes en la fiesta. Son quienes comandarán al caballo durante el Jaleo. El protocolo antes de empezar la fiesta es largo y ancestral. Aun así, este protocolo en casi todas las poblaciones ha ido cambiando durante los años. A todas, menos en Ciutadella. Los aldeanos de este lugar les gusta ser del todo ortodoxos.
La vestimenta de los caixers (jinetes) está condicionada por la jerarquía y la población que representan, y todos ellos personifican diferentes segmentos de la sociedad de la isla. Así encontramos al caixer batlle, el caixer senyor, el caixer pagès, el caixer sobreposat, el caixer casat y la capellana o caixer capellà. De estos representantes solo hay uno de cada uno, mientras que al resto, que pueden superar el centenar, se les denomina simplemente caixers y caixeres.
A pesar de quién sea el que monta el caballo, la imagen de un jinete vestido con su característico sombrero de doble punta, conocido como guindola, y montando un caballo elegantemente adornado, es, como mínimo, impactante.
La tensión contenida y compartida entre el caixer y el caballo se refleja en la concentración del jinete y la musculatura del altivo animal. La mirada negra y penetrante de sus ojos redondos y ligeramente salientes desprende una seriedad casi humana, como si estuvieran evaluando la situación. Del mismo modo, el control del caixer sobre su compañero cuadrúpedo es igualmente absoluto. Son uno solo.
“Ses Festes” consisten en una serie de rituales y liturgias que incluyen aspectos religiosos, simbólicos y gastronómicos. Sin embargo, la parte más vistosa es cuando la orquesta empieza a tocar la música del Jaleo. Como si se tratara de un solo hombre, una gran multitud se reúne en la plaza principal del pueblo. Ni el calor ni la lluvia hacen que nadie abandone su lugar. Todos están atentos a la primera nota, y la emoción se propaga rápidamente. Con destreza y dominio, el caixer atraviesa la plaza, que está abarrotada de gente, con el caballo levantando las dos extremidades delanteras. La algarabía se contagia y la emoción ya es parte de la fiesta.
Un espectáculo prodigioso digno de una prodigiosa isla.